➢ TRANSFORMA LA DIFERENCIA EN FUERZA Y CONVIERTE SU CUERPO EN UN MANIFIESTO DE LIBERTAD.
➢ LA ANDROGINIA NO ES UNA MODA, ES UNA FORMA LEGÍTIMA DE SER, DE HABITAR EL MUNDO CON LIBERTAD Y CON ARTE
➢ FUE UN PROCESO DURO. EN LA CALLE ME SEÑALABAN, SE BURLABAN, Y MUCHAS VECES REGRESABA A CASA A LLORAR. PERO APRENDÍ A RESISTIR. APRENDÍ A NO TEMER
➢ TRIUNFA EN LOS ANGELES FASHION WEEK

Nací en el campo colombiano, en Manzanares, Caldas. Una infancia entre montañas, naturaleza y silencios que, aunque llenos de amor familiar, también estuvieron marcados por el dolor. Cuando era niño, sufrí un accidente que me causó epilepsia: una caída mientras ayudaba a mi padre me dejó secuelas que me acompañaron durante toda mi niñez. Recuerdo cómo, en cualquier momento, micuerpo se apagaba y caía al suelo. Pérdida del conocimiento, control, la calma. Pero nunca perdí mis sueños.


Crecí junto a dos hermanos, con quienes compartí los días buenos y los difíciles. A los 11 años, mi familia se trasladó a Pereira, y allí terminé mi bachillerato. Desde muy joven sentía una atracción por la moda, por las cámaras, por el arte de posar. En la escuela decía que quería ser veterinario, pero en realidad soñaba con modelar. Ocultaba ese deseo por miedo, por inseguridad, por no saber cómo sería recibido.

 

En esa etapa también viví algo muy difícil: sufrí bullying constante por mi aspecto físico. Era muy alto, muy delgado, diferente. A veces caminaba por los pasillos del colegio y escuchaba risas o comentarios
que me hacían sentir incómodo, menospreciado. Muchos se burlaban de mi cuerpo, de mi forma de hablar, incluso de lo que notaban como un gusto “raro” por la moda. No entendían que simplemente me atraía la estética, el arte, la expresión. Todo eso me hizo crear una especie de coraza. Aprendí a fingir, a disimular, a bajar la mirada. Pero a pesar de todo ese rechazo, dentro de mí seguía soñando en voz baja, deseando poder mostrarme tal y como era.

 

Fue mi hermanito mi ángel en esta vida y en la otra, quien fue el primero en saber mi verdad. Vivía en Manizales y me abrió las puertas para dar mi primer paso. Apenas terminé el colegio, le dije a mis padres que me iba a trabajar, pero lo que realmente hice fue perseguir mi sueño: ingresé a una academia de modelaje. Él fue mi confidente, mi apoyo, mi mayor motivación.

 

Por primera vez me sentí libre frente a una cámara profesional. Aprendí a desfilar, a posar, a mostrarme. Descubrí también el maquillaje como una extensión de mi expresión artística. Y fue justamente en ese proceso que una directora de la academia, al verme con maquillaje, me nombró
como lo que soy: modelo andrógino. Ese término, que entonces era nuevo para mí, me permitió darle forma a lo que siempre había sentido. Al principio vivía esa androginia en secreto.

 

En público hacía modelaje masculino y reservaba mi esencia para mí y para mi hermanito. Tenía miedo de ser rechazado. Participé en concursos, gané títulos como mejor rostro, pero dentro de mí sabía que no estaba mostrando mi verdadera identidad. Era una lucha constante entre lo que quería mostrar y lo que el mundo esperaba de mí.

 

 

 

 

Decidí entonces ir a Medellín, una ciudad más abierta, más diversa. Allí dejé crecer mi cabello, coloqué con fotógrafos, diseñadores y maquilladores. Mi imagen empezó a transformarse y con ella, mi confianza. Mandé mi portafolio a una agencia en Bogotá y me postulé para uno de mis sueños más grandes: Colombiamoda. Después de años de intentarlo, finalmente lo logré. Sentí los aplausos, las cámaras y, por primera vez, desfilé siendo yo.


Fue un proceso duro. En la calle me señalaban, se burlaban, y muchas veces regresaba a casa a llorar. Pero aprendí a resistir. Aprendí a no temer. Pasé de bajar la cabeza a mirar de frente, a sonreír, a caminar con orgullo. Lo más hermoso fue regresar al lado de mi familia, ya seguro de quién era. Volví con temor, pero con firmeza. Y me encontré con amor. Mis padres me aceptaron, se sintieron orgullosos de mí. Y eso, para mí, fue más importante que cualquier pasarela.


Tiempo después llegó el golpe más duro de mi vida: la partida de mi hermanito. Él, que fue el primero en creer en mí. Me quebré. Pensé en rendirme. Pero su recuerdo me sostuvo. Decidí seguir, por él, por mí, por los sueños que aún estaban vivos. Volví a Bogotá, trabajé como maquillador en una casa de eventos, pero nunca solté el modelaje. Participé en más campañas, pasarelas, videos, comerciales.


Cumplí otro de mis sueños: estar en el Bogotá Fashion Week. Y aunque el dolor seguía, también seguía la fuerza. La fuerza que él me dejó. Hoy miro hacia atrás y me reconozco. He creado mi estilo, mi esencia. Entendí que ser modelo no es solo una cuestión de belleza, sino de autenticidad. Que no se trata de encajar, sino de transformarse.


La androginia no es una moda, es una forma legítima de ser, de habitar el mundo con libertad y con arte. Recientemente, mi sueño cruzó fronteras: durante el marco de las pasarelas de Los Ángeles Fashion Week, mi nombre y mi esencia pisaron por primera vez una pasarela internacional. Para mí, no fue solo un logro profesional, fue un mensaje para todos los que sueñan desde lugares pequeños: los sueños sí pueden viajar lejos, cuando se caminan con el corazón. Quiero que mi historia inspire a quienes aún tienen miedo de mostrarse. Porque si algo he aprendido es que vivir siendo tú mismo es el acto más valiente de todos.

 

 

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