Marco Antonio (o Mark Ruiz), un profesional comprometido con el Derecho, los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario.

Su motivación por estudiar Derecho surge desde su juventud, cuando en el colegio se interesó por temas de democracia, filosofía y sociopolítica, dándose cuenta de que el derecho es esencial tanto para la justicia como para la relación entre las personas y el Estado. Esta vocación se fortaleció por la influencia de su padre, un médico y defensor de los derechos humanos que, además de su labor médica, actuaba con un profundo compromiso social.

Ruiz también es docente investigador y destaca la importancia de una enseñanza que no se limite solo a la transmisión de conocimientos técnicos, sino que busque formar profesionales éticos, humanos y con conciencia social. En su enfoque académico, valora la conexión emocional y el respeto hacia los estudiantes, considerando que la educación debe ser una experiencia transformadora.

En su trabajo como defensor de los derechos humanos, especialmente en temas de género, subraya los desafíos de reconocer las diversas realidades dentro de las comunidades LGBTIQ+ y la necesidad de respetar la individualidad de cada persona. Además, aborda las dificultades del contexto legal y social para las personas transgénero
en Colombia, especialmente en lo relacionado con el reconocimiento de su identidad y derechos, a pesar de los avances normativos.

 

 

 

 

 

ING  @marco21298
Entrevista por Andres Reina A

 

Marco Antonio o Mark Ruiz (seudonimo), cuéntanos un poco más sobre tu formación académica. ¿Qué te motivó a estudiar Derecho y, posteriormente, a especializarte en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario?

Siempre he creído que el derecho es una herramienta fundamental para la defensa y garantía de los derechos, pero también para comprender la relación que tenemos con el Estado. Mi interés por esta disciplina nació en el colegio, en las clases de democracia, sociopolítica y filosofía, donde entendí que el derecho es un espacio de reflexión sobre la justicia y la sociedad.
Mi vocación por los derechos humanos, en particular, se debe a las enseñanzas de mi padre. Desde pequeño, me inculcó que las personas debían ser valoradas desde su dignidad y respeto. Él, siendo médico cirujano, no solo ejercía su profesión, sino que también era un gran defensor de los derechos humanos y escritor. Lo vi ayudar a campesinos y habitantes de calle con una vocación inquebrantable. Creo que su ejemplo me marcó profundamente y me llevó a especializarme en la defensa de los derechos humanos y el derecho internacional humanitario


Actualmente, eres docente investigador en la Corporación Unificada Nacional de Educación Superior. ¿Cómo compaginas tu rol académico con tu trabajo en derechos humanos y qué te inspira a enseñar a la nueva generación de abogados?

Creo que debemos mostrarnos tal y como somos, y eso se refleja en la enseñanza. Mi trabajo académico se complementa con la necesidad de generar pensamiento crítico y conciencia social en los estudiantes, enseñando desde el respeto y el amor.
La educación no puede ser solo una transmisión de conocimientos técnicos, sino también una guía para formar profesionales con sentido ético y humano. Así como la Constitución colombiana señala en su artículo sobre los derechos del niño que la educación debe darse con amor, considero que esta generación, muchas veces absorbida por los dispositivos tecnológicos, necesita más abrazos y conexión humana. Enseñar no es solo impartir teoría, es transformar vidas a través del conocimiento.

 

Eres reconocido por tu labor en defensa de los derechos humanos y en consultoría sobre temas de género. ¿Cuáles consideras que son los principales desafíos en la lucha por los derechos de las mujeres y las personas LGBTIQ+ en Colombia?

Uno de los principales desafíos es reconocer la diferencia dentro de la diferencia. ¿Y qué significa esto? Que no hay una única forma de ser gay, lesbiana, trans o de pertenecer a cualquier otro sector de la diversidad. Aún dentro de los mismos sectores existen realidades muy distintas.
Por ejemplo, dentro de la «G» hay hombres que desean salir del clóset y otros que prefieren no hacerlo, y ambas opciones son completamente válidas. El reto está en respetar la individualidad, la dignidad y la autonomía de cada persona sin imponer categorías rígidas o expectativas externas. La lucha por los derechos humanos no se trata solo de visibilizar, sino también de entender y respetar esas diferencias sin prejuicios.

 

 

En tu investigación sobre la mujer transgénero frente a la definición de la situación militar en Bogotá, ¿qué aspectos fueron los más complejos de abordar, especialmente en un contexto social y legal tan rígido?

Como bien dice Valerie Domínguez Tarud: «la mejor arma es la sonrisa». Eso desarma y, acompañado del conocimiento, se vuelve una herramienta formidable. En el ámbito jurídico, aún persisten muchos prejuicios, no solo por razones de identidad de género, sino también por cuestiones superficiales como la edad o la apariencia.

Si eres joven o físicamente agraciado, algunos pueden asumir que te falta madurez o capacidad para llevar casos complejos. Por el contrario, si tienes una edad más avanzada y no encajas en ciertos estándares de belleza, se te atribuye mayor credibilidad. Estos prejuicios existen en el mundo del derecho y en muchos otros espacios.
Lo importante es desmontarlos con inteligencia, profesionalismo y buen humor.

 

Tu trabajo sobre el concepto transgénero en las sentencias de tutela es muy interesante. ¿Cómo has visto la evolución del tratamiento legal sobre los derechos de las personas transgénero en Colombia, particularmente en el ámbito judicial?
A pesar de que en 2015 inicié la investigación Mujer transgénero frente a la definición de situación militar en Bogotá, con el objetivo de lograr el cambio de género en registros identitarios y que este trabajo condujo a la creación del decreto que lo permitió, todavía enfrentamos grandes desafíos.
Se ha avanzado, sí, pero seguimos viendo retrocesos en términos de estigma y falta de reconocimiento de la dignidad de las personas trans. Incluso en contextos donde hay avances normativos, persisten barreras sociales y culturales. Es necesario que el activismo y la academia trabajen en conjunto para construir una normativa libre de
sesgos y realmente garantista.

Como académico y autor, ¿cómo logras combinar tu conocimiento técnico con tu interés por la cultura y el folclor colombiano? ¿Crees que ambos aspectos se complementan de alguna manera en tu trabajo?
Sin duda, la investigación es transversal y se impregna de nuestra esencia. Gran parte de la mía proviene de mis vivencias en Santander del Sur, cuando acompañaba a mi padre en sus brigadas médicas. Desde pequeño, sin saberlo, ya me encaminaba hacia la etnografía, ese estudio descriptivo de la cultura que hoy forma parte de mi trabajo.
El derecho y la cultura no están separados. La identidad de un pueblo se refleja en sus normas, en sus relatos y en su forma de entender la justicia. Mis investigaciones jurídicas y mis cuentos sobre el misticismo santandereano dialogan entre sí, porque ambas dimensiones buscan comprender y contar la realidad desde distintas perspectivas.
Además, mi fascinación por el misterio y lo sobrenatural también viene de mi infancia. Mi padre me leía Drácula de Bram Stoker, El cuervo de Edgar Allan Poe, Aserrín aserrán de José Asunción Silva, y más adelante me enseñó a leer a Charles Baudelaire. Eso cultivó mi encanto por el misterio, que se complementó con el impacto que me dejó la película de George A. Romero, El padre de los muertos vivientes. Todo esto influyó en mi forma de narrar y en la atmósfera de mis historias.

Finalmente, ¿qué le dirías a los jóvenes que están considerando una carrera en Derecho, específicamente aquellos interesados en la defensa de los derechos humanos y en temas de género? ¿Qué consejo les darías para que su labor sea transformadora en la sociedad?
Les diría que estudien lo que realmente aman y lo proyecten con respeto y ética. Hasta los mejores abogados pierden casos, pero lo que realmente importa es la integridad con la que defienden sus principios.
El derecho no es solo una profesión; es una herramienta para cambiar realidades. Más que el traje elegante o el estatus, lo que define a un buen abogado es su ética y su compromiso con la justicia. Estamos aquí para asistir a quienes más lo necesitan en momentos difíciles, y eso es una gran responsabilidad.

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